El adulterio o infidelidad, tiene una función de ilusionarnos, de sacarnos de la monotonía y de la rutina, logrando hacernos sentir deseados por alguien e importantes para alguien.
El deseo es una ficha fundamental a la hora de hablar sobre infidelidad. Al igual que el deseo, el erotismo, ese estar dispuesto para el placer, es un atributo y privilegio de todo ser humano. Por cuestiones sociales, se le ha asignado un papel pasivo a la mujer en estos asuntos. Es el hombre quien supuestamente debe seducir y la mujer debe ser pasiva y solo tiene a mano el gustar.
Este ser pasiva de la mujer no es más que una ilusión, el gustar dista mucho de ser algo pasivo. Según Bernard Muldworf, el gustar es movilizar la imaginación hacia un placer eventual y poner en juego la disponibilidad erótica del interlocutor. Esta ambigüedad del gustar, donde se dice sí diciendo no, sólo es posible por la ambigüedad del deseo. El hombre es un ser de deseo y no de necesidad, como se ha querido vender.
No me canso de decir que la sexualidad es mucho más que una necesidad fisiológica. Un hombre debe aprender a sentir una satisfacción regulada y diferida desde la niñez. Por ejemplo, el niño debe aprender a comer a ciertas horas, dormir a cierta hora. El ser humano debe aprender a estar con su madre y ver a su padre, a ciertas horas, en fin, el ser humano aprende desde muy pequeño a diferir la satisfacción de sus necesidades más elementales. Así empezamos a imaginarnos la experiencia de la satisfacción, y esto es el origen del deseo.
Desear es imaginar la satisfacción que ha de llegar. Considera Muldworf que el hombre es un ser de deseo, pero lo que fundamentalmente desea es amor. El deseo compensa la diferencia entre la necesidad y la satisfacción diferida: es satisfacción imaginaria.
El hombre es por tanto, fundamentalmente un ser de deseo, pero la solicitud implícita que está en el fondo de la necesidad del hombre es la solicitud de amor. Es esa satisfacción imaginaria, ese deseo(fantasear, soñar con el amado) lo que pone en movimiento el cuerpo y el espíritu para conseguir la satisfacción real (en este caso hacer el amor). Y es ahí donde entra en juego el erotismo, creando una especie de oscilación entre lo imaginario y lo real. Siendo así el erotismo el arte de enseñar lo que no se da, claro con una serie de transiciones muy sutiles que crean una duda que se convierte en esperanza. La esperanza de que lo deseado, esa satisfacción, está muy cerca, al alcance de la mano.
Insiste Muldworf en que el erotismo es el dócil (y caprichoso) servidor del deseo, pero el deseo no es el amo del erotismo. Son sus propios generadores mutuos. La estructura de deseo es la que suscita el erotismo y la existencia del erotismo es la que pone en marcha el deseo. Son como dos cómplices que asocian su astucia y sus chanzas para nuestra delicia y para nuestro tormento.
Sin deseo es muy difícil entender el amor, el adulterio, el erotismo. Es esa la fuerza que nos arrastra hacia ese ser humano que nos fascina, sin el que ya no podemos estar. Lo que nos lleva a cometer locuras, lo que nos hace ignorar la razón y hacer caso a los sentimientos. Cupido está hecho de una sustancia específica: una mezcla perfecta de deseo, erotismo e ilusión de ser amados.
Muldforf, Bernard. El adulterio. Editorial Guadarrama. 1972.