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¿No puede olvidar una infidelidad?

Muchas personas me preguntan a través de las redes sociales por qué no pueden perdonar una infidelidad de sus parejas y mucho menos olvidarla. Sabemos que una infidelidad es “un rayón en el disco duro”, como dice Walter Riso. Te mueve el piso como lo mueve el suicidio de alguien que amas: te cuestionas todo, te deprimes, se afecta tu autoestima y un gran etcétera. Pero si la pareja busca ayuda y admite “su parte en este pastel”, puede continuar la relación y, en ocasiones, la pareja crece al superar este conflicto.

Indudablemente existen personas que no pueden olvidar, y mucho menos perdonar, una infidelidad. En mis consultas he tratado con mujeres y hombres que incluso muchos años después de la infidelidad, siguen con el tema haciéndole la vida imposible a sus parejas. Y en otros casos más graves, el reproche puede persistir incluso hasta la muerte.

No estoy tratando de justificar la infidelidad —porque además no lo necesita ya que es demasiado recurrente—, y tampoco la estoy defendiendo. La infidelidad es tan vieja como el planeta Tierra, y de hecho cada día tiene más adeptos a pesar de las terribles consecuencias no solo para los implicados directos sino para los indirectos, como es el caso de los hijos de una relación.

Pero, ¿por qué es tan difícil olvidar una infidelidad?

Las personas que fueron abandonadas por una de sus figuras paternas no resisten “otro abandono” y toda la rabia que tenían o tienen contra el padre o los padres la descargan sobre la pareja que las traiciona. Como sabemos los terapeutas de parejas y familias, esas personas siempre “eligen” a alguien parecido a esos progenitores y repiten ese patrón queriendo superarlo o queriendo castigar a ese padre o madre.

Por otro lado, es común que a la gente celosa le afecte más la infidelidad. Estas personas pudieron haber crecido en un ambiente de competencia y comparaciones con los hermanos, y eso es como tener una herida abierta que nunca ha cicatrizado y a la que, encima, se le “aplica sal” como para revivir antiguos dolores y celos.

Esa persona creció en un hogar donde su padre o su madre vivían sufriendo por la infidelidad del compañero, y hasta entró en el triángulo por ellos. Por ejemplo, conozco casos de madres que mandan a sus hijas a “buscar a su papá y confirmarles si estaba con la otra”. Y conozco también casos de padres que llevan a sus hijos a conocer a su amante, metiéndolos en un terrible conflicto de lealtad: si le cuento a mamá, le fallo a papá; y si no le cuento, le fallo a mamá.

Lógicamente, no son sólo tres las posibilidades, son muchísimas. Lo que sí está claro es que las heridas emocionales que no se “cierran o curan” con el tiempo se pudren.

A menos que su pareja sea un adicto al sexo o un donjuán, en toda infidelidad ambos son responsables, aunque el infiel sea el más responsable.

Cuando dos personas están bien, no cabe una tercera. Y si aun así existe alguna amenaza de que alguien se cuele por ahí, cuide bien los agujeros de su cartón para evitar que otro le cante ¡bingo!