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No quiero ir a la escuela

A medida que pasan los años los niños llegan a la escuela cada vez más jóvenes. Es normal que los que asisten al jardín infantil lloren porque prefieren quedarse en casa. Sin embargo, cuando este evento de repente se da en un alumno de Primaria que acostumbraba ir a la escuela sin rechistar, el asunto puede desconcertar a padres y tutores.

Las razones por las cuales un niño que está acostumbrado a asistir a la escuela de repente no quiera ir pueden ser variadas. Desde un malestar físico que no tiene nada que ver con la escuela hasta acoso escolar. En estos casos es muy importante que el adulto a cargo, sin hacer conjeturas prejuiciadas, ponga atención al sentir del niño. Para abordar la situación se sugiere que:

  • No haga dramas. Piense en las veces que como adulto ha deseado quedarse en casa y faltar a su trabajo.
  • Hable cariñosamente con el niño tratando de indagar por qué no quiere ir a la escuela. En este momento, sin presionar al niño, haga preguntas neutrales que no sugieran una respuesta negativa. Por ejemplo, en vez de preguntar ‘¿Alguien te está haciendo bulling?’, pregunte ‘¿Por qué no quieres ir si tus amigos te están esperando?’
  • El primer día, si no puede convencerle de ir no le obligue. Si le es posible, déjelo haciendo sus deberes escolares en casa y aproche para observar su comportamiento y asegurarse de que no esté encubando algún virus. Igualmente trate de descartar que no sea simplemente un acto de vagancia.
  • Si descubre que es pura vagancia exíjale ir a clases al día siguiente.
  •  Si al segundo día la situación continúa hable con varias personas en la escuela (maestra, orientadora, directora). Indague si ha habido algún cambio en el personal o en las actividades, ya que a algunos niños simplemente les provoca miedo el cambio. Pida que mantengan a su hijo supervisado durante los momentos no formales como el receso. Es importante que hable con varios adultos ya que si habla con uno solo podría correr el riesgo de estar dejando la supervisión de su hijo únicamente en manos de un adulto que le maltrata y que podría ser la causa por la cual el niño no quiere ir a la escuela. No sea paranoico ni pierda la corduda, pero no confíe al 100% en ningún adulto, ya que hay más personas enfermas de las que pensamos, así que ponga atención a cualquier conducta inusual.
  • Hágase cómplice de su hijo y si logra descubrir la razón por la cual no quiere ir a la escuela hagan un plan conjunto para resolver la problemática. Repito, sin hacer dramas ni querer hacerse el superhéroe convirtiendo al niño en una víctima cuando no lo es.
  • No se asuste. El 99% de las veces, estos problemas son peccata minuta como por ejemplo: cansancio físico, no querer asistir a una asignatura que le resulta aburrida, haber discutido con un amigo, etc.
  • Si después de varios días no ha descubierto la razón y el malestar parece ser legítimo busque ayuda con alguna otra madre experimentada o abuela de confianza y diríjase formalmente al departamento de orientación de la escuela.

Finalmente, recuerde que un mal día lo tiene cualquiera y que esta puede ser una maravillosa oportunidad para que el niño con su apoyo aprenda a superar sus dificultades de una manera constructiva.

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