Leí con sorpresa en la primera página de un diario estadounidense los resultados de un estudio que afirma algo preocupante: la mayoría de las personas que vivimos en Estados Unidos estamos cada día más solas.
Cada vez tenemos menos amigos y por lo general sólo terminamos relacionándonos con nuestra familia cercana. Pensé un poco sobre el tema y definitivamente me parece una gran realidad.
Vivimos como locos, con varios trabajos y proyectos a la vez, la competencia es grande en la mayoría de las profesiones y lugares de trabajo. La inseguridad, la delincuencia y el miedo crecen y nos torna cada vez más distantes y poco sociables. Ya ni saludamos a las personas cuando entramos o salimos de un ascensor o edificio. ¿Qué nos pasa? Vivimos como pequeños robots haciendo nuestra tarea, buscando dinero, corriendo de aquí para allá. Cuando «supuestamente» salimos a socializar.
¿De verdad creemos que estamos viviendo?
El ser humano necesita relacionarse para sentirse bien, en nuestra relación con el otro nos reconocemos, crecemos, aprendemos.
Las similitudes nos acercan y las diferencias nos hacen crecer. Desde que nacemos estamos en vínculo estrecho con otro ser humano, en su útero, flotando plácidamente. Nos enamoramos, en parte, para buscar esa unión perfecta que tuvimos con mamá en su vientre.
Ni las sociedades, ni las empresas y mucho menos los políticos, toman esto en serio… y es algo muy serio. La salud mental de un ser humano la miden sus relaciones y su forma de relacionarse. Si usted no es capaz de establecer relaciones funcionales, cálidas, afectuosas, justas y armoniosas, con los demás… ¡está feo para la foto y los que le iban a hacer el video, se fueron!. No me canso de decir que no importa cuánto dinero o conocimientos académicos les dejemos a nuestros hijos, sino le dejamos estabilidad emocional, no le estamos dejando nada.
No tendrá la creatividad ni las relaciones humanas necesarias para aplicar sus conocimientos y mucho menos para invertir y manejar bien su dinero. Ni que decir lo que será su vida amorosa.
Esta plaga llamada soledad hay que combatirla, bien decía el psiquiatra húngaro Ivan Boszormeny-Nagy, que los seres humanos necesitamos un mínimo de tres relaciones significativas, además de nuestras familias, y creo por mi experiencia clínica que pocos tenemos una relación significativa, aparte de que las relaciones familiares, en su mayoría, son difíciles, disfuncionales, no nos llenan y en muchos casos nos drenan.
Una relación significativa es como un techo que está sostenido por dos columnas, cualquiera de las dos que deje de estar o se quiebre provocará que el techo se derrumbe.
El vínculo que une a estas dos columnas es la reciprocidad. La reciprocidad para que no se convierta en un instrumento de injusticia debe darse en equilibrio, o sea dar y recibir. Las personas que no están dispuestas a comprometerse y que no son dignos de confianza nunca serán considerada por los demás como opción para desarrollar una relación significativa. Está en ella, tanto para dar, como para recibir.