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Por la Dra. Nancy Alvarez

La infidelidad tiene una función de ilusión: sacarnos de la monotonía y la rutina, logrando hacernos sentir deseados “por alguien” e importantes “para alguien”. El deseo es fundamental a la hora de hablar sobre este tema. Igualmente, el erotismo (estar dispuesto para el placer) es un atributo y privilegio de todo ser humano.

Por años se le asignó un papel pasivo a la mujer en estos asuntos, cosa que desde los ochenta ha ido cambiando. Lo descubrimos gracias a un estudio mundial del Dr. Francisco Cabello, quien obtuvo resultados interesantísimos. Por ejemplo, ya no es a la mujer a quien “le duele la cabeza” para no hacer el amor, sino a los hombres.

La pareja actual está viviendo una época muy diferente en la relación hombre-mujer. Supuestamente, quien debe seducir a la mujer es el hombre y las hijas de Eva deben ser pasivas y solo tienen a mano “el gustar”. Ser pasiva no es más que una ilusión, pues gustar dista mucho de ser algo pasivo. Mi padre lo resumía diciendo: “Las palomas no les tiran a las escopetas”. Mi querido viejo, ¡muchas palomas ya tiran a las escopetas!

Gustar es activar la imaginación, pensar, desear, soñar y mover las imaginaciones hacia un placer eventual, que logra poner en juego la disponibilidad erótica de quien nos atrae.

La ambigüedad de gustar, donde se dice sí diciendo no, solo es posible por la ambigüedad del deseo. El hombre es un ser de deseo y no de necesidad, como se ha querido vender. No me canso de decir que la sexualidad es mucho más que una necesidad fisiológica.

El ser humano debe aprender una satisfacción “regulada”. No la puede tener ahora, debe esperar para alcanzarla. Y esto lo hacemos desde la niñez. Por ejemplo, el niño aprende a comer y dormir a ciertas horas. En fin, el ser humano aprende desde muy pequeño a diferir y posponer la satisfacción de sus necesidades más elementales.

Así empezamos a imaginarnos la experiencia de la satisfacción, siendo esto el origen del deseo. Imaginar la satisfacción que ha de llegar es desear. El hombre es un ser de deseo, pero lo que realmente desea es amor.

El deseo compensa la diferencia entre la necesidad y la satisfacción que se pospone: es satisfacción imaginaria. Y eso lo vemos muy bien en la primera etapa del enamoramiento, que parece ser una locura. Gracias a Dios, pasa después de un tiempo. No hay corazón que aguante la taquicardia cuando te miro, la angustia cuando no llamas. En verdad, Cupido es un loco que tira flechas con los ojos cerrados, y así nos quedamos por un tiempito. Ese ser humano es “perfecto”. Cupido no nos deja ver.

Nunca se case en la etapa de enamoramiento, porque no hay lógica, no vemos defectos. Es el momento de entender que amarse no es suficiente para que el amor funcione.