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El verdadero mensaje detrás del uso de la mascarilla

Por un interés personal he estado dándole seguimiento, tanto a nivel nacional como internacional, al tema del uso de la mascarilla (barbijo, tapaboca) desde que se inició la pandemia. En algunos países, como el caso de USA, exigir el uso de la mascarilla se ha convertido en un debate político, sanitario, económico, cultural, de derechos constitucionales y de libertad personal. 

Por ejemplo, el presidente norteamericano, el Señor Trump, ha dicho lo siguiente: “Creo que, si la gente se siente bien al respecto, deberían hacerlo» (usar la mascarilla), mientras que el cirujano general Jerome Adams, les dijo a los estadounidenses «por favor, por favor, por favor» que utilicen mascarilla cuando estén en lugares públicos. «No es una supresión de la libertad». Todo esto está bien documentado y cualquiera puede tener acceso a estas informaciones. 

Explico brevemente la razón de mi interés en el tema. Hace alrededor de cinco años tuve la gran oportunidad de encontrarme y estudiar la obra y el pensamiento del filósofo-judío Emmanuel Lévinas. Lévinas ha sido considerado por muchos como el filósofo ético más importante del siglo pasado.  Isaiah Berlin dividió a los pensadores en dos tipos: 1) Erizos: que son aquellos que saben “una sola gran cosa”; 2) Zorros: que son aquellos que saben “muchas cosas pequeñas”. Y al aplicarle esta distinción a Lévinas, de cara a la vida ética, se plantea que es un erizo a quien hay que escuchar.

En la tesis del filósofo lituano, ética se ha de entender como “una relación de responsabilidad infinita hacia los demás y que además esta relación ha de ser asimétrica de manera radical”. Él fue marcado hasta el final de su vida por el escritor ruso Dostoievski con su eterna pregunta sobre el sentido de la existencia humana. Dostoievski, en “Los Hermanos Karamázov”, afirma: Todos somos responsables de todo y de todos ante todos, y yo más que todos los otros”. El pensamiento de Lévinas ha sido sintetizado en la siguiente expresión: “La primacía del Otro”. Él mismo dijo que su obra podría recogerse en la simple expresión del día a día: “Después de usted, Señor”.

La palabra responsabilidad (del latín respondere, que significa responder) se refiere a la obligación de responder por los propios actos. Normalmente este concepto se ha entendido como referido al yo, que se dirige hacia sí mismo, es decir, ser responsable de sus propios actos. 

Sin embargo, en  la ética levinasiana “responsabilidad” significa “responsabilidad para con el Otro”.  Cada ser humano es responsable del Otro, responde del Otro”. Es tan importante esta nueva forma de entender este concepto que Lévinas llegó a sostener que la responsabilidad respecto del otro es un principio de individuación, y que es además, la estructura esencial, primera de la subjetividad. En su planteamiento la bondad no es un acto voluntario, sino que es ante todo responsabilidad. Fue todavía más lejos al postular que “la responsabilidad precede a la libertad”.

Responsabilidad, bajo la óptica levinasiana, es “ser-para-el-otro”. Tan arraigada está esta visión de la responsabilidad en él que en algunos momentos llegó a plantear la cuestión del amor en términos de responsabilidad. Sobre este punto escribió lo siguiente: 

Este hacerse responsable del prójimo es, sin duda, el nombre serio de lo que se llama amor al prójimo, amor sin Eros, caridad, un amor en el cual el momento ético domina sobre el momento pasional, un amor sin concupiscencia. No me gusta demasiado el término “amor”, adulterado por el uso. Hablemos mejor de un “hacerse cargo” del destino de los otros.

Lévinas fue un judío practicante hasta el final de sus días y conocedor a profundidad de la Biblia Hebrea.

Haciendo un análisis del texto de Génesis 4:9 que dice: “Entonces el SEÑOR dijo a Caín: ¿Dónde está tu hermano Abel? Y él respondió: No sé. ¿Soy yo acaso guardián de mi hermano?”, Lévinas asegura que frente a la pregunta que le hace Dios a Caín para que dé cuenta de su hermano Abel, la respuesta de Caín “¿Acaso soy yo el guardián de mi hermano?” es una respuesta sincera, pero carente de ética. Para él, sin lugar a dudas, cada ser humano es guardián/cuidador del hermano, del prójimo.

Estoy más que convencido de que a Lévinas, en esta época de coronavirus, mascarilla, derechos constitucionales y libertad personal, entre otras cosas, hay que “resucitarlo”, sobre todo por esta nueva visión sobre el concepto de responsabilidad que él presenta. 

En 1 Juan 4:20b, leemos lo siguiente: “…Porque si no amamos al hermano, a quien podemos ver, mucho menos podemos amar a Dios, a quien no podemos ver”. Amar a Dios, al que no vemos, sin amar al prójimo, a quien vemos, es la máxima expresión de la insensibilidad y la indiferencia. Amar al prójimo sin amar a Dios es la máxima expresión de la vanidad, el orgullo y la soberbia humana. El no amar a Dios, ni al prójimo ni a uno mismo es la máxima expresión de una vida fútil.  

El uso de la mascarilla no es tan solo para protegerme del Otro, es también para protegerlo y cuidarlo. Al fin y al cabo, sin el Otro nuestra vida no tiene sentido. No puede existir un “Yo” sin la presencia del “No-Yo”. ¿Para qué sirve una existencia sin la existencia del Otro? ¿Qué sentido tiene? 

La libertad personal es buena si se tiene en cuenta los límites que la acompañan. Uno de esos grandes límites lo impone la responsabilidad por el Otro. Soy su guardián, su cuidador. Apelar a mi libertad personal, sin amar a Dios y sin sentirme responsable por el Otro es la máxima perversión del egoísmo.  

Oremos para que cada vez que escuchemos el testimonio de alguien sobre el uso de la mascarilla, el Todopoderoso haga retumbar en nuestros oídos su voz diciéndonos: ¡Ve y haz tú lo mismo! 

Escrito Pastoral #64
Por: Joaquín Disla
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Junio 2020