Escrito por: Aurora Badillo Calderón
“Te quiero, disfruto mucho el tiempo que compartimos, esta relación me hace crecer como ser humano. Gracias por ser parte de mi vida.” A veces pareciera que decir algo así en realidad significa “No tengo voluntad propia, esta es tu oportunidad para jugar con mis sentimientos y aprovecharte”.
He escuchado muchas veces decir que en cualquier relación, el que más quiere es el perdedor. Me pregunto hasta qué punto esto es cierto. ¿En qué se fundamenta esa afirmación? ¿Por qué nos avergüenza demostrar cariño a otros, hacerles saber que les extrañamos? ¿Por qué se cree que amar nos hace menos?
Si acepto que estoy con una persona a la que temo expresarle mi sentir porque tomará ventaja de ello, significa que estoy apostando todo por alguien que disfruta sacar partido de la vulnerabilidad de otros y que a la larga en los momentos difíciles saldrá corriendo.
En mi experiencia personal, amar no significa depender. Aceptar que admiro a otra persona no significa que dejo de admirarme a mí misma. Si respeto el espacio personal de la otra persona y hago que se respete mi espacio, puedo expresar lo que siento con libertad. En la pareja, la conquista puede resultar interesante y por eso a las mujeres se nos enseña que para ser tomadas en cuenta nos debemos hacer las difíciles. Pero qué hay si quiero ser fácil, si quiero querer sin tanto juego de poder, qué hay si quiero ser libre de expresar con respeto lo que siento. ¿Cree usted que por ponerse pesado y tratar de disimular su sentimiento, el otro tendrá una mayor apreciación de usted? ¿Esto de qué va?
Si está con alguien que solo quiere conquistarle, cuando le tenga se irá. Por tanto, expresar con sinceridad y apertura los afectos podría convertirse en un antídoto contra conquistadores que solo quieren poner su bandera y seguir su camino.
Lo peor es que esta manera enferma de relacionarnos no solo permea nuestras relaciones de amistad o de pareja, también permea la relación con nuestros hijos como si viviéramos en un eterno pulso para demostrar quién puede más.
Hay quienes aseguran que si la madre muestra demasiada devoción al hijo, este sacará provecho, le pedirá que le mime y esperará que complazca sus caprichos. A menudo se escucha decir “no cargues mucho al recién nacido porque lo malcrías”. Tiene toda la lógica del mundo que alguien espere que quien conceda sus deseos sea la persona que más amor le ha demostrado y en eso no hay ningún afán malintencionado de aprovecharse. Es la madre o el padre quien debe enseñar que el amor no le convierte en Aladino. El que ama educa.
Ame profundamente y sin límite a sus hijos y así enséñeles a expresar su amor a otros sin miedo. Enséñeles a amarse a sí mismos. Solo el que bien se ama, bien puede amar a otros. ¡No calcule tanto, ame!
Escrito por: Aurora Badillo Calderón
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