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Del Cardenal al Embajador

“¿Quién soy yo para juzgar a un gay?” – Papa Francisco.

El cardenal, su eminencia reverendísima Nicolás de Jesús López Rodríguez en su enfrentamiento con el embajador de los Estados Unidos James Brewster, a propósito del tema haitiano y de la corrupción dijo, entre otras groserías impropia de su alta investidura, no hablar “con maricones” y lo mandó a ejercer el rol que la iglesia católica le tiene asignado a la mujer.

Yo prefiero a una persona que públicamente habla de su condición, heterosexual, homosexual o lésbica que a un pedófilo persiguiendo, hostigando, manoseado y violando niños que no alcanzan la pubertad como lo hacía el embajador de la iglesia, con quien sí hablaba constantemente su eminencia reverendísima, Jozet Wesolowski, que hizo del monumento al Fray Montesinos un antro para pervertir menores. (La iglesia de su eminencia reverendísima está llena de “maricones”)

Al expresar públicamente su condición homosexual, presentar incluso a su pareja, el embajador de Estados Unidos, desde mi punto de vista, muestra valentía en una sociedad atrasada y conservadora como la nuestra. Además, como diría el Papa Francisco, ¿quién soy yo para juzgar a un homosexual o a una lesbiana?

Contrario a su eminencia reverendísima, prefiero hablar y compartir, incluso en un grado de amistad y fraternidad, con homosexuales y lesbianas, pero jamás con un abusador violador de niños, lo cual es un crimen que en algunos países se paga con la justa pena de muerte.

Por otro lado, no creo, que el papel de la mujer sea el de ama de casa destinada a parir y darle placer a los hombres. La mujer, que constituye más de la mitad de la población mundial, y la madre de la otra parte, la ubico en un plano de igualdad, de respeto, de crecimiento, de aporte al desarrollo de toda la humanidad.

La mujer tiene los mismos derechos y los mismos deberes que los hombres. Relegarlas a un segundo o tercer plano es anacrónico; ubicarlas en un rincón de un hogar es medieval.

Ser “maricón” no es un delito, ni un crimen. La Constitución no castiga ni persigue a nadie por su condición sexual. Eso lo hacen los prejuiciados, los xenófobos, los arbitrarios, los retorcidos, los que no creen en los derechos humanos. Lo que sí es un delito y un crimen es la corrupción. Lo consagra la Constitución. Ser “maricón” no es un crimen, ser corrupto sí.

En torno al tema migratorio considero que los dominicanos de ascendencia haitiana convertidos en apátridas por prejuicio, racismo y venganza, deben ser protegidos y defendidos rescatando los derechos que les han sido conculcados por una sentencia que debe constituir una vergüenza.

Y sobre la corrupción, estoy de acuerdo con el embajador de los Estados Unidos cuando expresa su preocupación y pesar. La corrupción lo permea todo en nuestro país, incluyendo los estamentos más altos de la iglesia de su eminencia reverendísima. Lo que dice Brewster es lo que dicen los dominicanos, menos los que desde las alturas del poder, se benefician de ella.

Los gobiernos han convertido el país en una colonia estadounidense a través del endeudamiento, las asesorías, las ayudas, la migración, la cultura, etc., pero saltan con un falso patriotismo cuando desde el Departamento de Estado le halan las orejas. Los embajadores de Estados Unidos representan los intereses del imperio más poderoso de la historia humana.

Mis diferencias con el embajador de Estados Unidos, no es sexual, es política, es propia de un dominicano que cree en la autodeterminación y la independencia de todos los pueblos del mundo.

Un ser humano no es bueno o malo porque sea negro o blanco, porque profese tal o cual religión, porque pertenezca a tal o cual partido político, porque le guste un deporte u otro, porque tenga tal o cual preferencia sexual. El libre albedrío es hasta divino. Y se supone que un representante de Dios, un cristiano de corazón, no predica ni fomenta el odio entre los humanos, sino el amor, porque según la propia Biblia, “Dios es amor”. ¿O no su eminencia reverendísima Cardenal Nicolás de Jesús López Rodríguez?